Cuando los días pasan, te acostumbras a una rutina que es difícil de romper. Te acostumbras a tu vida diaria, y a introducir a esa persona que tanto te importa. Poco a poco, das los buenos días, las buenas tardes y las buenas noches. Es con la primera persona que despiertas y a la última persona a la que le dices adiós. Vas conociendo todo lo relacionado con su día a día, y aún así no te molesta, ya que tú, poco a poco, perteneces a ella.
Te acostumbras a sus roces, a sus besos, a sus abrazos, a quedar con esa persona y a hacer cosas juntos que en ningún momento pensabas que podrías hacer. Un día te levantas y comienzas a tener problemas. La primera persona en la que piensas para desahogarte es en ella. Te acepta tal y como eres, y tras una larga conversación, también la ayudas sin obtener nada a cambio. No pides tiempo, ni buenos momentos, tan sólo solicitas su confianza; que te cuente su pasado, sus recuerdos y pides nuevos buenos recuerdos en los que guardar en un disco duro.
Para agradecer todo lo que hace, el mayor símbolo de unión es una rosa. Rosa roja que complementa el color de su rostro una vez que se la das. Esa mirada de ilusión, de cariño, de felicidad que desprende es en aquel momento el mejor regalo que esa persona te puede devolver. Una rosa que representa una gran amistad, una cercanía. Esa rosa representa un gran cúmulo de agradecimientos que son complicadas de representar verbalmente, y que al ser regalada no es necesario la representación por palabras; sino por gestos, hechos, miradas...
No necesitas que esa rosa sea devuelta, sino que no se marchite. Que siga a tu lado, y que cada vez que la mire expuesta en su habitación vea tu rostro reflejada en él. Rostro en el que sabes que le sacará una leve sonrisa de complicidad, una leve sonrisa de felicidad y una leve sonrisa de orgullo hacía ti.
Se despide con un pequeño anhelo,
Freinett

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