Me siento justo en frente. La observo detenidamente, veo su cuerpo desnudo, observo su forma irracional y sin proporción continua. Dentro de esa irracionalidad, se encuentra su belleza. Belleza externa que hace que mi mente tan solo piense en ella; belleza interna que hace que mi cuerpo se estremezca con tan solo escucharla. Me quedo quieto, observando minuciosamente para saber cuándo y de qué manera tocarla. Posiciono mis dedos sobre ellas. Textura suave que facilita el roce sobre ella, textura que hace que de nuevo vuelva a acariciarla. Mis dedos se colocan de nuevo y es en ese momento cuando cierro los ojos para que ella dicte como he de rozarla.
Respiro profundamente y comienzo a deslizar. Distintas ondulaciones hacen que mis dedos vayan de abajo a arriba, de derecha a izquierda. Imperfecciones que se detectan con dicha acaricia, imperfecciones que hacen diferente su cuerpo. Una vez que mis dedos recorren su cuerpo, ya es hora de dar un paso posterior. Un paso que lo determina mi inspiración, mi congojo y mis ganas de seguir rozando. Mis dedos deslizan hasta tocar aire. De repente, un sonido sale al exterior. Sonido que tras otro deslizamiento se mezcla con otro tono. Tono determinado por mi mente y por su belleza. Sobre ella pongo mi otra mano, esta vez para poder disfrutar y saber que es lo que estoy tocando. Deslizo de nuevo los dedos hasta el final y sonidos continuos comienzan a emular una composición, una composición que nota tras nota forman un sentimiento, un mensaje, un cobijo. No existe final, tan solo principio y continuación. Su cuerpo es el que hace dicha belleza, su cuerpo es el que me determina el seguir tocándola. Tan sólo nosotros dos sabemos cuándo será el final de aquellos pequeños roces.
Se despide con un pequeño anhelo,
Freinett
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